Santiago MARTÍN , sacerdote
catolicos-on-line, 24-1-16
Hay temas que son tan delicados que, sólo por
tratarlos, se expone uno a ser insultado, amenazado o incluso cosas peores.
Pero, si no corriéramos riesgos, cómo íbamos a cumplir con la tarea de orientar
al pueblo de Dios, tarea tanto más urgente cuanto más grande es la confusión
que existe. Los insultos y las amenazas, por otro lado, nos unen más
íntimamente a Jesucristo.
Uno de esos temas es la cuestión de los emigrantes
que llegan a Europa procedentes de África, de Siria o de Irak. Aunque sus vías
de penetración son diferentes, no lo es su objetivo último. Entren por donde
entren, todos quieren ir a Alemania. Y hay que decir que este país ha sido, con
mucho, el más generoso en la acogida: un millón lleva ya. Y a cada uno le
asigna una cantidad para vivir y un centro donde refugiarse, al menos
temporalmente. Alemania está dando un ejemplo al mundo y su presidenta, Angela
Merkel, merecería de verdad el Nobel de la Paz.
Pero no todo es fácil en Alemania en la
cuestión de los refugiados. Los recientes incidentes de Colonia han destapado
una verdad incómoda sobre la que se había echado un tupido velo de silencio,
porque no era políticamente correcto decir algo que pudiera sonar racista o
xenófobo. Quizá si se hubiera dicho antes, no se habría llegado al extremo que
se vivió en la bellísima ciudad alemana, al pie de la catedral donde se
custodian las reliquias de los Reyes Magos. Pero los ataques de la Nochevieja a
muchachas jóvenes no se circunscribieron a Colonia, ni siquiera a Alemania.
Suiza también los padeció.
Y todos tenían los mismos protagonistas: jóvenes
musulmanes, que actuaban organizadamente en una forma ligth de terrorismo, que
buscaba no matar sino humillar a sus víctimas y, de paso, a la sociedad que los
acoge. La mayoría de esos delincuentes llevan años en Europa o incluso han
nacido allí, como los terroristas que pusieron las bombas en París. Pero otros
formaban parte del contingente de refugiados que había sido acogido tan
generosamente por Alemania. Y ahí es donde han saltado las alarmas y se han
desatado las críticas con la señora Merkel. Para colmo, se ha sabido que en los
propios centros de refugiados las mujeres son acosadas con frecuencia por hombres
que están alojados allí con ellas y que son las cristianas las primeras de sus
víctimas.
Lo primero que hay que decir es que es
injusto generalizar: ni todos los musulmanes son terroristas ni todos los
refugiados lo son. En segundo lugar hay que recordar que desde el principio se
alzaron voces reclamando cautela y que esas voces fueron calladas a base de
insultos o amenazas. Creo que esa cautela es la que hay que reivindicar. Y hay
que hacerlo en los dos sentidos. Cautela a la hora de admitir en la propia casa
a cualquiera y cautela a la hora de condenar a los emigrantes como culpables de
forma indiscriminada. Es peligroso abrir las puertas del hogar a cualquiera que
quiera entrar, pero es también muy peligroso exacerbar sentimientos xenófobos
que pueden dar lugar a nuevos progromos, esta vez contra los que ya han sufrido
horriblemente en su país de origen.
Ante la crisis humanitaria que se vive en
muchos países, no podemos cerrar las puertas a los que piden un sitio en
nuestra mesa. Y tampoco podemos abrírselas a todos sin saber quiénes son los
que van a vivir con nosotros y sin ponerles condiciones que favorezcan su
integración y la convivencia. Generosidad y prudencia. Cautela. Eso es lo que
necesita Europa para no convertirse en un bunker egoísta o ser arrasado por
lobos que vienen con piel de cordero.
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