sábado, 30 de enero de 2016

Lo que la crisis episcopaliana nos enseña sobre el futuro de la Iglesia Católica


 Jorge SOLEY, economista
catolicos-on-line, 30-1-16

El inicio de este año nos ha dejado la noticia de que los obispos anglicanos han suspendido a la Iglesia episcopaliana estadounidense por un periodo de tres años debido a su aceptación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Una cuestión intra-anglicana, pensé en un primer momento, una disputa dentro de una organización religiosa desprestigiada y sumida en una crisis terminal. Un artículo del Padre Dwight Longenecker, él mismo anglicano durante un periodo de su vida, me ha hecho ver el asunto con otra mirada.

Lo que explica Longenecker es que este histórico suceso hay que entenderlo en el marco del creciente auge y peso, dentro de la confesión anglicana, de los africanos, y las también crecientes tensiones entre estos y las comunidades anglicanas en los países ricos occidentales, en este caso, Gran Bretaña y los Estados Unidos.

Las comunidades africanas se caracterizan por su juventud, crecimiento, ortodoxia y adhesión a la Tradición, rasgos que conjugan con elementos locales litúrgicos que pueden a veces  sorprendernos. En cualquier caso, los africanos han sido los que se han opuesto a la deriva liberal de las iglesias históricas del mundo desarrollado, que a su heterodoxia y rendición al mundo unen un evidente envejecimiento y una intensa crisis de fieles y vocaciones. Con la suspensión de los episcopalianos, los africanos han impuesto sus tesis sobre los mucho más reacios a actuar ingleses, en un signo claro de que el epicentro anglicano está pasando de Canterbury y Nueva York a Nigeria y Kenia.

Lo que llama poderosamente la atención es que esta situación guarda evidentes paralelismos con lo que ha ocurrido en el seno de la Iglesia católica con motivo del reciente Sínodo sobre la Familia. También aquí hemos contemplado unas iglesias decadentes, económicamente boyantes pero envejecidas y con cada vez menor número de fieles, que intentaban imponer a la Iglesia un renovado modernismo, una capitulación ante las exigencias del mundo. Y también en el Sínodo fueron, en gran medida los obispos africanos quienes dieron al traste con esas pretensiones, erigiéndose en defensores del Magisterio y la Tradición de la Iglesia (con ayudas de otros lugares, como Polonia, Hungría, o los mismos Estados Unidos, es cierto, pero manteniendo un protagonismo destacado). Parece que, como señala Longenecker, tanto los cristianos católicos como los anglicanos que quieren mantenerse en su fe tradicional mirarán cada vez más hacia el Sur en búsqueda de liderazgo:

“desencantados de líderes que perciben como ambiguos en temas de moral, débiles en teología y flojos en la defensa de la fe, aquellos que defienden el cristianismo histórico encontrarán a sus líderes entre los obispos del mundo en desarrollo. Esos obispos no solo están en primera línea contra la decadencia moral, sino que muchos de ellos están combatiendo en el cada vez más sangriento conflicto con el Islam militante. Esta reorientación significará que los obispos africanos, tanto católicos como africanos, pueden encontrarse con inesperados apoyos, tanto de oraciones como de financiación, entre aquellos en el Norte que dirigirán ahora su compromiso y entusiasmo hacia el Sur“.

Un último punto me ha llamado la atención: cuando hablamos de las iglesias llenas de vitalidad y vigor en el Sur poco desarrollado nos referimos a las iglesias africanas. ¿Qué pasa con la Iglesia en Iberoamérica? En el caso de los anglicanos es fácil de responder, pues su presencia es marginal, pero ¿y en el caso de la Iglesia católica? ¿Por qué la Iglesia en estos países no disfruta del mismo vigor que en África y pasa sin pena ni gloria en el Sínodo, mientras pierde fieles a diario a manos de los evangélicos?


Longenecker aporta un comentario que creo que da un pista importante para responder a esta pregunta: a pesar de sus apariencias superficiales, las corrientes que más han influido en estas iglesias durante las últimas décadas, desde la teología de la liberación hasta el indigenismo, tienen sus raíces más en las cátedras modernistas de filosofía y teología de Europa que en sus propios modos de acoger el Evangelio. A medio camino entre el Norte liberal en crisis y el Sur ortodoxo y vital, la Iglesia iberoamericana estaría más cerca del Norte que del Sur.

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