Es el turno de los obispos belgas
Luisella Scrosatti
Brújula cotidiana,
01-12-2022
Desde hace algún
tiempo, las visitas ad limina Apostolorum parecen haberse convertido en una
especie de escaparate para que los obispos anuncien a los medios de
comunicación su deseo de ir contra la fe y la moral. Una excursión comunitaria
a Roma para mantener una agradable charla con el Papa, quien parece que da una
palmadita en la espalda mientras confirma las opciones pastorales más dispares.
Los obispos alemanes volvieron a casa diciendo que el Papa les había animado a
mantener las tensiones (ver aquí) y encogiéndose de hombros ante la petición
del cardenal Oullet de una moratoria sobre los documentos del Synodaler Weg.
No había pasado ni
una semana y llegó el turno de los obispos de Bélgica, que también estaban
encantados de mantener un diálogo cordial con el Papa, después de que una parte
de ellos (los obispos flamencos) aprobara un rito para la bendición de las
parejas del mismo sexo (ver aquí). En realidad, la visita ad limina estaba
prevista para finales de septiembre; no está claro si aquella iniciativa
litúrgica fue la razón por la que la Santa Sede pospuso “prudentemente” el
encuentro unas semanas. El cardenal Jozef De Kesel, presidente de la
Conferencia Episcopal Belga, ha dicho (ver aquí): “Hemos hablado de las parejas
homosexuales, hemos hablado de los viri probati, hemos hablado de la
posibilidad del diaconado para las mujeres”. Ninguna mención a la lamentable
reducción de las ordenaciones sacerdotales y de los católicos que asisten a
misa y a los sacramentos.
Sobre la bendición
de las parejas homosexuales, De Kesel ha explicado que “lo que hemos querido
hacer es estructurar un poco la pastoral de manera que en cada diócesis dentro
del equipo de pastoral familiar haya alguien que se ocupe del problema. En Roma
hemos podido hablar de ello y nos hemos sentido escuchados: esto no significa
que mi interlocutor esté necesariamente de acuerdo conmigo, pero hemos podido
discutirlo. Tenemos que ayudar a estas personas, si no las ayudamos están
perdidas”. Y, evidentemente, la creación de una liturgia para la ocasión es una
forma de solucionar un poco el problema.
Por si al lector
benévolo se le ocurre interpretar la preocupación pastoral del prelado de la
manera más casta posible, es el propio De Kesel quien disipa cualquier duda
sobre lo que significa la atención pastoral a las parejas homosexuales: “¿Se
puede pedir a estas personas que vivan en castidad? Hay que ser realista...”. Y
añade: “He leído una posición al respecto del presidente del Pontificio
Instituto Juan Pablo II para la Familia, monseñor Phlippe Bordeyne, según la
cual nadie puede ser privado de la bendición de Dios”. Volveremos a hablar de
ello dentro de un momento.
El cardenal
flamenco aprovecha también para rebatir la cuestión de la ordenación de hombres
casados, “no para cambiar la disciplina de la Iglesia, el celibato; pero en
ciertas situaciones ¿por qué decir no a los viri probati?”. Ahora bien, lo
menos que se puede decir es que De Kesel no ve la contradicción lógica de su
afirmación, pues permitir la ordenación de viri probati es precisamente cambiar
la disciplina de la Iglesia sobre el celibato.
Y luego obviamente
toca hablar del diaconado femenino: “Según los estudios históricos, teológicos,
exegéticos, parece que el diaconado femenino ha existido, e incluso con la
imposición de manos, como un ministerio: no se puede negar”. Una vez más, el
cardenal parece no darse cuenta de la flagrante contradicción de su afirmación:
si “parece” que hubo un diaconado femenino, ¿por qué entonces “no se puede
negar”? ¿Parece o es seguro? Y la evocada imposición de manos, ¿qué valor
tenía? ¿Existen acaso testimonios de diaconisas que desempeñen los mismos
ministerios litúrgicos que los diáconos?
Volvamos a la
bendición de las parejas homosexuales. El presidente de la Conferencia
Episcopal Belga recordaba una declaración de Philippe Bordeyne, quien, apenas
una semana antes de la visita de los prelados belgas a Roma, había reabierto la
posibilidad de esta bendición: curiosa la oportunidad de la cuestión… Bordeyne
se distancia claramente del Responsum del año pasado de la Congregación para la
Doctrina de la Fe en el que se explicaba que la Iglesia no tiene autoridad para
impartir bendiciones a las uniones entre personas del mismo sexo, ya que “lo
que es bendito” debe estar “objetiva y positivamente ordenado a recibir y
expresar la gracia, de acuerdo con los designios de Dios inscritos en la
Creación y plenamente revelados por Cristo el Señor”. Y estas uniones no lo
son.
En cambio, el
presidente del Instituto Juan Pablo II basa su “apertura” en una enrevesada
afirmación de la anterioridad del bien respecto a lo que es correcto y lo que
no lo es; la bendición se volvería hacia el bien sin legitimar por ello el
acto. Bordeyne se basa en el primer capítulo del libro del Génesis, cuando Dios
ve el bien que ha hecho: “Y vio Dios que era bueno”. Este texto, sin
embargo, apoya la posición de la Congregación, que explica que lo legítimo es
la bendición de la persona, que Dios crea ontológicamente “muy buena”, y no la
relación homosexual, que no es el resultado de la creación divina, a pesar de
las afirmaciones en sentido contrario.
Tampoco tiene
sentido evocar la figura evangélica de Bartimeo increpado por los discípulos,
para pretender que estas parejas pidan “a Dios lo que no pudieron obtener de la
Iglesia”; o la habitual cantinela de Jesús comiendo con los pecadores,
conversando con la samaritana, etc. Una vez más, esto demuestra la diferencia
entre la persona pecadora y el pecado, y no la bendición de una unión
objetivamente desordenada.
Al igual que De
Kesel, Bordeyne también muestra, al final, dónde está el verdadero problema: no
se tiene el valor de creer en la obra de la gracia y en la posibilidad del ser
humano de cambiar, de corregirse: “Seamos realistas: no todas las personas
que no pueden casarse tienen la capacidad de vivir por sí mismas. ¿No tienen
derecho al apoyo de la Iglesia en su camino de fe y conversión? Debemos tener
el valor de ser pastoralmente creativos”. Ni que decir tiene que el
problema no es vivir solo o no, sino el tipo de relación que se establece. El
sexto mandamiento simplemente ya no existe.
En nombre de una
“pastoral creativa”, la Iglesia pretende acompañar a las personas en el camino,
bien de una conversión selectiva –una conversión que sólo se refiere a ciertos
aspectos de la persona y no a otros-, bien de una fe selectiva, es decir, una
fe que ha decidido borrar todo un capítulo de la Revelación de Dios. Esta
última se llama herejía; la primera, en cambio, se convierte en una práctica
para acabar en el infierno, todos juntos apasionadamente.
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