y su común afinidad por el
Opus Dei
Por INFOVATICANA | 15 octubre, 2018
Sin duda alguna, las superestrellas entre las siete
personas canonizadas por el Papa Francisco este domingo pasado han sido el Papa
Pablo VI y el arzobispo Oscar Romero de El Salvador; en cierto modo, ambos
parecen ser dos tipos de santos muy diferentes.
Pablo VI fue un gran conocedor del Vaticano, un hombre
del sistema; Romero, por el contrario, fue un hombre del pueblo asesinado por
defender a los pobres.
Sin embargo, hay muchas cosas que los unen, empezando
por el hecho que fue Pablo VI quien nombró obispo a Romero y después le
trasladó a San Salvador, creando el marco para el resto de su dramática vida y
muerte.
Aparte de cuestiones tan obvias, hay una más oculta
que dice algo importante sobre la Iglesia católica: ambos eran admiradores,
cada uno a su modo, del Opus Dei.
El Opus Dei es una institución (técnicamente, una
“prelatura personal”) fundada por el sacerdote y santo español san José María
Escrivá en 1928, que incluye tanto a sacerdotes como a laicos, a hombres y a
mujeres. Aunque su idea central es que la vida ordinaria y diaria de cada uno
sea un camino personal a la santidad, a lo largo de los años se ha visto como
una fuerza predominantemente conservadora en el catolicismo, lo que hacía
improbable que ni Romero ni Pablo VI fueran candidatos a ser sus fans dada la
reputación de cada uno de ellos.
Y sin embargo, Romero casi no encuentra palabras para
manifestar la estima que sentía hacia el Opus.
Esto es lo que escribió en su diario el 6 de
septiembre de 1979: “El Opus Dei lleva a cabo un trabajo silencioso de profunda
espiritualidad entre la gente trabajadora, los estudiantes y los obreros. Creo
que es un tesoro inconmensurable para nuestra Iglesia; la santidad del trabajo
en los laicos, cada uno en su profesión”.
Es bien sabido que el confesor personal de Romero
durante quince años fue un sacerdote del Opus Dei: primero el padre Juan Aznar
y, después, el padre Fernando Saenz, que sería nombrado obispo de San Salvador
tras la muerte de Romero. (En círculos católicos, para quienes no lo saben, los
sacerdotes del Opus Dei generalmente tiene una muy buena reputación como
confesores).
El 12 de julio de 1975, tras la muerte de Escrivá,
Romero escribió a Pablo VI pidiendo “en
nombre de la mayor gloria de Dios y por el bien de las almas” que se abriera
la causa de beatificación de Escrivá.
En esa carta, Romero expresó su “profunda gratitud
hacia los sacerdotes del Opus Dei, a quienes he confiado, con mucho provecho y
satisfacción, la dirección espiritual de mi vida y la de mis sacerdotes. …
Monseñor Escrivá, al que conocía personalmente, podía entrar en diálogo
continuo con el Señor con gran humanidad. Se veía inmediatamente que era un
hombre de Dios; su actitud era de una total delicadeza, afecto y buen humor”.
El antiguo secretario de Romero, el padre Jesús
Delgado, dijo una vez, en un evento romano, que contrariamente a la impresión
popular, los libros que Romero poseía sobre el Opus Dei estaban desgastados de
tanto leerlos, mientras que los que tenía sobre la teología de la liberación
estaban prácticamente nuevos. (Delgado fue expulsado del sacerdocio hace dos
años tras ser acusado de abuso sexual; pero esto no impugna su recuerdo sobre
las preferencias literarias de Romero).
De hecho, Romero pasó la mañana del 24 de marzo de
1980 -el día de su asesinato-, en un retiro del Opus Dei; una de sus maneras
preferidas de pasar los fines de semana en San Salvador era estar con los
jóvenes del Opus Dei.
En lo que respecta a Pablo VI, la historia es algo más
complicada.
Según un miembro senior del Opus Dei, Escrivá siempre
dijo que monseñor Giovanni Battista Montini, el futuro Papa Pablo VI, había
sido el “primer amigo del Opus Dei en Roma” durante el periodo en el que
Montini fue el sustituto del Papa Pío XII en los años 30 y 40.
Sin embargo, es legendaria la negativa del Papa Pablo
VI de conceder una audiencia a Escrivá en el último periodo de su papado, como
también el desdén demostrado ante las peticiones del Opus Dei para que se
revisara la cuestión de su estatus canónico. (El Opus Dei quería una categoría
canónica que protegiera su identidad única como institución mixta de clero y
laicos, de hombres y mujeres, un paso que no llegaría hasta el año 1982, siendo
Papa Juan Pablo II).
Personas informadas atribuyen esta actitud fría de
Pablo VI hacia Escrivá por la influencia de monseñor Giovanni Benelli, su
asesor principal, posteriormente hecho cardenal. Actuando a instancias de Pablo
VI, Benelli deseaba crear un partido político católico en España al estilo de
la Democracia Cristiana en Italia, que marcara el inicio del futuro después de
Franco. Escrivá se negó a que el Opus Dei formara parte de esto, ya que creía
que un único partido católico no era una buena idea para la Iglesia y, además,
no quería influir en las preferencias políticas de sus miembros. Benelli lo
consideró como una deslealtad.
Sin embargo, Benelli en una ocasión dijo que lo que
san Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, había sido para el
Concilio de Trento, en el siglo XVI, Escrivá lo era para el Concilio Vaticano
II, indicando que fue el santo que tradujo el concilio a la vida de la Iglesia.
Respecto a Pablo VI, cualesquiera que fueran sus
acciones como Papa, es un hecho que utilizaba los escritos de Escrivá para sus
oraciones privadas, y que nombró al padre Alvaro Portillo, que sucedería a
Escrivá en la dirección del Opus Dei, como miembro de varias comisiones clave
del Concilio Vaticano II durante los cuatro años en que hubo sesiones.
Todo esto tal vez sugiera dos cosas.
La primera: que Romero y Pablo VI tenían unas mentes
suficientemente abiertas y unos corazones suficientemente grandes para no ser
rehenes de la división izquierdas vs. derechas que a menudo aqueja a la vida
católica, y que pensaban con profundidad y de manera creativa sobre lo que era
verdaderamente importante.
Segunda: que es parte del legado de ambos que la
Iglesia de principios del siglo XXI, a menudo muy dividida, se beneficie
pensando en lo que ha significado ver al Papa Francisco elevarlos a los
altares.
Publicado por John R. Allen Jr. en Crux; traducido por
Elena Faccia Serrano para InfoVaticana.
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