Infocatolica, 4/10/18
Mons. Chaput, arzobispo de Filadelfia, ha condenado el
uso de la terminología LGTBI dentro de la Iglesia, recordando que las personas
no se definen solo por su identidad sexual. A su vez, ha lamentado la ausencia
de la enseñanza católica sobre la sexualidad humana en el Instrumentum Laboris
del Sínodo.
Discurso completo de Mons. Chaput
Hermanos
Fui elegido para el consejo permanente del sínodo hace
tres años. En ese momento, se me pidió, igual que a los otros miembros, que
sugiriera temas para este sínodo. Mi consejo entonces fue centrarnos en el
Salmo 8. Todos conocemos el texto:
«Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y
las estrellas, que Tú pusiste, ¿qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y
el hijo de Adán, para que te cuides de él?»
Quiénes somos como criaturas, qué significa ser
humano, por qué deberíamos imaginar que tenemos alguna dignidad especial, estas
son las preguntas permamentes detrás de todas nuestras ansiedades y conflictos.
Y la respuesta a todas ellos no se encontrará en las ideologías ni en las
ciencias sociales, sino solo en la persona de Jesucristo, redentor del hombre.
Lo que, por supuesto, significa en primer lugar que debemos comprender, al
nivel más profundo, por qué debemos ser redimidos
Si carecemos de la confianza para predicar a
Jesucristo sin vacilación ni excusas a cada generación, especialmente para los
jóvenes, entonces la Iglesia es simplemente otro proveedor de piedades éticas
que el mundo no necesita.
En este sentido, leí el capítulo IV del Instrumentum,
p. 51-63, con gran interés. El capítulo describe bien los desafíos
antropológicos y culturales que enfrentan nuestros jóvenes. De hecho, la
descripción de los problemas de hoy y la necesidad de acompañar a los jóvenes
cuando enfrentan esos problemas son puntos fuertes del texto en general. Pero
creo que el p. 51 es engañoso cuando habla de los jóvenes como los «vigilantes
y sismógrafos de todas las edades». Esto es una falsa adulación, y enmascara la
pérdida de la confianza adulta en la belleza y el poder continuos de las
creencias que hemos recibido.
En realidad, los jóvenes a menudo son productos de la
época, formados en parte por las palabras, el amor, la confianza y el
testimonio de sus padres y maestros, pero más profundamente hoy en día por una
cultura que es a la vez muy atrayente y esencialmente atea. .
Los ancianos de la comunidad de fe tienen la tarea de
transmitir la verdad del Evangelio de una época a otra, sin que sufra daños ni
concesiones. Sin embargo, con demasiada frecuencia, los líderes de mi
generación, en nuestras familias y en la Iglesia, han renunciado a esa
responsabilidad por una combinación de ignorancia, cobardía y pereza en la
formación de jóvenes para llevar la fe hacia el futuro. Formar vidas jóvenes es
un trabajo duro frente a una cultura hostil. La crisis de abuso sexual del
clero es precisamente el resultado de la autocomplacencia y la confusión
introducidas en la Iglesia durante mi vida, incluso entre los encargados de
enseñar y liderar. Y los menores, nuestros jóvenes, han pagado el precio por
ello.
Finalmente, lo que la Iglesia sostiene que es verdad
sobre la sexualidad humana no es un obstáculo. Es el único camino real a la
alegría y la totalidad. No existe un «católico LGBTI» o un «católico
transgénero» o un «católico heterosexual», como si nuestros apetitos sexuales
definieran quiénes somos; como si estas designaciones describieran comunidades
discretas de diferente pero igual integridad dentro de la comunidad eclesial
real, el cuerpo de Jesucristo. Esto nunca ha sido verdad en la vida de la
Iglesia, y no es verdad ahora. De ello se deduce que «LGBTI» y un lenguaje
similar no se deben usar en los documentos de la Iglesia, porque su uso sugiere
que estos son grupos reales y autónomos, y la Iglesia simplemente no clasifica
a las personas de esa manera.
Explicar por qué la enseñanza católica sobre la
sexualidad humana es verdadera, y por qué es ennoblecedora y misericordiosa,
parece crucial en cualquier discusión sobre temas antropológicos. Sin embargo,
lamentablemente falta en este capítulo y en este documento. Espero que las
revisiones de los Padres sinodales puedan abordarlo.
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