El apóstol san Pablo
estando encarcelado en Roma escribe a su discípulo Timoteo, obispo de Éfeso,
diciéndole “comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el
Evangelio” (II Tim.8b-10). Está afirmando que sus padecimientos se originan en
la fidelidad a Jesús y a sus enseñanzas y, que todo discípulo de Cristo no
puede esperar en este mundo más que persecución y olvido a causa de esa
fidelidad al Señor y a su Palabra.
San Pablo deja estos
pensamientos a Timoteo para que no se desanime en su misión, y nos ilumina
también como enseñanza a cada uno de nosotros.
De este modo
conocemos que a pesar de los sinsabores sufridos a causa del evangelio, no
estamos solos, ya que contamos siempre con el auxilio divino, verdad ésta que
Jesús devela en el monte Tabor delante de Pedro, Santiago y Juan, al
transfigurarse.
En efecto, fue allí
donde los apóstoles tuvieron la experiencia anticipada de lo que nos espera a
todos en la vida eterna, ya que allí el Señor les mostró su gloria al modo que
ellos pudieran captarla.
Fue tal el gozo
experimentado que Pedro exclama: “¡Qué bien estamos aquí. Si quieres, levantaré
aquí mismo tres carpas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías!” (Mt.
17,1-9), evocando así la experiencia del pueblo elegido cuando en el Antiguo
Testamento se comunicaba con Dios en la carpa del Encuentro.
En este encuentro
personal con el Señor está la clave de lo que san Pablo le dice a Timoteo y por
extensión a cada uno de nosotros, ya que sólo es posible entusiasmarse por el
evangelio, darlo a conocer, y jugarse totalmente por el Hijo de Dios y la causa de la verdad revelada, si se ha
tenido un encuentro personal con Él, ya que
eso es lo que abre totalmente el corazón en la fidelidad a quien se nos
manifiesta.
De allí que el tiempo
de cuaresma que transitamos, es un lapso temporal propicio para encontrarnos
con el Señor y conocerlo, para lo cual es necesario salir de nosotros mismos,
como hizo Abraham (Gn.12, 1-4ª) que es invitado a salir de su tierra, de sus
cosas, de sus proyectos, de él mismo, para transitar el camino del seguimiento
de Dios y de su voluntad.
Desatado de todo
impedimento y seguridades, el Patriarca se dirige hacia la meta que Dios le
indica, esperando contra todas esperanza el cumplimiento de las promesas que
tardan en cumplirse, movido sólo por la
obediencia de la fe, con el convencimiento de que quien lo ha llamado le mostrará
el camino, la meta y la gran descendencia ofrecida.
Como sucediera con
Abraham, san Pablo, también en la obediencia de la fe, y confiado sólo en quien
lo ha llamado, emprende su misión.
En este marco
referencial, a su vez, nosotros somos convocados a encontrarnos con el
Salvador, y desde ese encuentro, poder orientarnos a los demás, confortados con
las palabras de Jesús que dirigiéndose a los suyos y a nosotros exhorta: “Levántense, no tengan
miedo”, vayan al mundo, encuéntrense con todos para llevarles la verdad.
Con la experiencia de
la transfiguración y cercana ya la pasión de Cristo, los discípulos son
fortalecidos para soportar las pruebas, fundados en la certeza de la gloria que
tenían prometida, sin quedar atrapados por el miedo y el desconcierto, sino
dispuestos a transmitir la experiencia del misterio pascual a todo hombre y
mujer que bien dispuestos quisieran compartirlo. De esta manera los discípulos
podrán soportar su propia debilidad y las persecuciones del mundo a causa de la
transmisión del evangelio, contagiando con la esperanza de la gloria a todos
los que como ellos hagan realidad el
mandato del Padre: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi
predilección: escúchenlo”.
El Señor, por lo
tanto, nos deja la seguridad que el encuentro con Dios no es algo de lo que
podemos prescindir, sino que concede verdadero sentido a nuestra existencia. De
allí que encontremos siempre al apóstol san Pablo llevando la Palabra de Jesús a todos
los que han descubierto que fueron llamados a la salvación y están dispuestos a
aceptarla de corazón.
Cuanto más profundo
es el encuentro con Jesús, más fácilmente descubrimos los obstáculos que se
presentan en nuestra vida no sólo en la persecución por causa de la fe, sino
también cuando grupos aparentemente religiosos buscan atraparnos en la
confusión de sus enseñanzas. Precisamente en estos días un grupo, con raíces
brasileñas, sedicente seguidor de apariciones y mensajes marianos, ha
confundido a no pocos católicos santafesinos atrayéndolos a una pseuda
confesión religiosa a todas luces sincretista, que para engañar toman elementos de la Iglesia católica y
siembran el error en los corazones, prometiendo respuestas aparentes a los
problemas que muchas veces aquejan a las personas.
Cuando hemos tenido
la experiencia de encontrarnos con Jesús, dentro de la Iglesia , nos resulta más
fácil descubrir cuando estos “comunicadores de mensajes de la Virgen ” hacen su aparición
para engañar, presentándose incluso como “sacerdotes” de no sé que culto.
Nuestra pertenencia a la verdadera Iglesia nos debe llevar siempre a consultar
con nuestros párrocos cuando estos fenómenos se presentan, de manera de poder
discernir entre la verdad y la fantasía o la seducción de nuevas modas
religiosas que no buscan más que confundir y alejar de la fe, y que casi
siempre buscan copiosas ganancias
dinerarias en forma de donativos para la
“pretendida” buena obra religiosa.
“Este es mi Hijo muy
querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”, nos dice el
evangelio de hoy. Pongamos en práctica esta invitación escuchando también a la Iglesia que Él ha fundado
y no seremos engañados. Imitemos a Abrahán saliendo de nosotros mismos y de la
búsqueda de novedades religiosas, para encaminarnos por la obediencia de la fe
a dónde Dios quiere conducirnos.
Padre Ricardo B.
Mazza.
Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz , Argentina. Homilía en el segundo domingo de
Cuaresma, ciclo “A”. 16 de marzo de 2014.-
http://ricardomazza.blogspot.com;
ribamazza@gmail.com.-
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