"La vivencia comunitaria renovó nuestro
creer"
La carta final del 13º Intereclesial de las
CEB al Pueblo de Dios, recoge las experiencias y las reflexiones compartidas y
celebradas por 2248 mujeres, 1788 hombres, 72 obispos, 232 sacerdotes, 146
religiosas y religiosos, 20 evangélicos, 35 miembros de otras religiones, 36 extranjeros,
68 asesores y asesoras, y 75 indígenas, que sumados a los equipos de servicio y
a los visitantes, llegaron a ser 5046.
El Intereclesial no es un evento, sino un
proceso que tiene un antes y un después. Por eso, les compartimos lo que fue
vivido, reflexionado, celebrado en este encuentro para que continúe siendo
parte de la vida de la gente. Esta es la carta del Intereclesial.
Hermanas y hermanos de caminada:
"María se puso en camino... entro en la
casa y saludó a Isabel... bienaventurada tu que creíste... las criaturas se
estremecieron de alegría en el vientre..." (cf. Lc 1,39-45).
En actitud peregrina, el pueblo de las
Comunidades Eclesiales de Base de todos los rincones de Brasil se colocó en
camino respondiendo a la llamada de la gran hoguera encendida por la diócesis
de Crato (Ceará), convocando para el 13º Intereclesial. La luz de la hoguera
iluminó tan alto que hizo llegar representantes de Iglesias hermanas
evangélicas y de otras religiones. Hasta fue avistada en toda América Latina y
el Caribe, Europa, África y Asia.
El Carirí se volvió la "casa" donde
se encontraron la fe profunda del pueblo nordestino con la fe encarnada del
pueblo de las CEB nacida del grito profético por justicia y de la utopía del
Reino. Hubo un encuentro entre la religiosidad popular y la espiritualidad
libertadora de las CEB. Las dos reafirmaron su seguimiento de Jesús de Nazaret,
vivido en la fe y en el compromiso con la justicia al servicio de la vida.
¡Bienaventurado el pueblo que creyó!
Las palabras del obispo don Fernando Pânico
en la celebración de abertura confirmaron este creer, proclamando: "las
CEB son la forma de la Iglesia ser. Las CEB son la forma 'normal' de la Iglesia
ser. Manera normal del pueblo de Dios responder hoy a la propuesta de Jesús:
ser comunidad al servicio de la vida".
Al oír la proclamación de esta buena noticia,
el vientre del pueblo que vino en peregrinación quedó de nuevo embarazado de
este sueño, de esta utopía. La esperanza fue fortalecida. La perseverancia y la
resistencia en la lucha fueron confirmadas. El compromiso con la justicia al
servicio del bien vivir fue asumido. Y la alegría explotó como fuegos a la
vista y del medio de la alegría escuchamos la memoria de la voz querida de don
Helder Cámara, a hacerse oír: "¡No dejen la profecía caer! ¡No dejen caer
la profecía!".
La profecía no cayó. Resonó en las palabras
del indio Anastásio: "Robaron nuestros frutos, arrancaron nuestras hojas,
cortaran nuestras ramas, quemaron nuestros troncos, pero no nos dejamos
arrancar nuestras raíces". Raíces que penetran en la memoria de los
ancestrales, en el sueño de vivir en tierras demarcadas, libres para danzar,
celebrar y festejar la tierra que es Madre.
Emergió la memoria del padre Ibiapina y el
protagonismo de la beata Maria Araújo canalizó los deseos más profundos de vida
y vida en abundancia, lo que incomodó a los grandes. El P. Cícero y el beato Zé
continuaron acogiendo los excluidos. Organizaron la comunidad movida por la fe,
trabajo, abundancia y libertad. Esta forma de convivencia tiene continuidad en
las CEB, en las pastorales y entidades comprometidas con los pobres.
La profecía se hizo eco en el análisis de la
realidad, que llevó a constatar que Brasil todavía necesita reconocer que en el
campo y en la ciudad, no es suficiente realizar grandes proyectos. El gran
capital prioriza el agro e hidronegocio y las mineras, y continúa expulsando
del campo para concentrar a las personas en las ciudades, volviéndolas objeto
de manipulación y explotación, de concepciones dominadoras y productoras de
profundas injusticias. El pueblo continua siendo despojado de su dignidad: sus
hijos e hijas se consumen en el mercado de las drogas y en el tráfico de
personas; el pueblo es despojado de sus derechos a sanidad, educación,
vivienda, diversión; la juventud es exterminada, oscureciendo la posibilidad de
proyectarse hacia el futuro por falta de oportunidades; todavía existen
discriminaciones y otras violencias marcan las relaciones de etnia, raza, edad,
género, religión. Percibimos que transformar los ciudadanos y ciudadanas en
consumidores es una amenaza para el "Bien Vivir".
Ranchos (mini-plenarios) y sombreros (grupos)
se volvieron espacios de compartir las experiencias, de buscando comprender la
sociedad que es el suelo donde las CEB luchan y viven.
Y tras los pasos del P. Cícero, las CEB se
volvieron peregrinas por las veredas conociendo comunidades; viviendo la
firmeza de los mártires y profetas; experimentando el compartir y la fiesta de
manera que el pueblo nordestino sabe hacer. La sabiduría de los patriarcas y
matriarcas nos acompañó rescatando la memoria y orando: "Sólo Dios es
grande", "Amaos unos a los otros".
La grandeza de Dios se revela en los
peregrinos, pueblo sufrido que al asumir la organización de la peregrinación,
en la práctica de la solidaridad, en el rezo y en el canto de los benditos se
hace protagonista y re-significa el espacio de la vida diaria.
El amor es manifestado en la profecía de la
mujer que en el acariciar, en el amasar del pan, en el liderazgo y revolución
carga en su vientre nuestra liberación; en la profecía que por amor a la
justicia se vuelve ecuménica; en Jesús de Nazaret que primeramente vivió la
justicia y la profecía a servicio de la vida y nos desafía a ser CEB peregrinas
del Reino en el campo y en la ciudad.
La vivencia comunitaria en el terreno
semi-árido renovó nuestro creer. Exultamos de alegría como los niños que
saltaron de alegría en el vientre de las madres vislumbrando lo nuevo. El Reino
se hizo presente entre nosotros. Sus señales están presentes en la hermandad:
oramos y reflexionamos, reavivamos en nuestra frente rostros de mártires y
profetas de la caminada, reflexionamos y debatimos, formamos la misma fila para
comer juntos la sabrosa comida del Carirí, en la misma pila lavamos nuestros
platos. En la circularidad del servicio, del canto, del testimonio, reafirmamos
el compromiso de ser CEB: Peregrinas del Reino, profetas de la justicia que
luchan por la vida, al servicio del bien-vivir, semillas del Reino e de su
Justicia, comunidades profetas de esperanza y de la alegría del Evangelio.
Los peregrinos y peregrinas siempre vuelven
para su tierra, llenos de fe y esperanza. Nosotros también volvemos como
peregrinos y peregrinas preñados de la utopía del Reino que es de las CEB.
Volvemos a nuestra tierra, con un mensaje del papa Francisco, obispo de Roma e
primado en la unidad. De él recibimos reconocimiento, coraje, convite a
continuar con pisada firme la caminada de ser Iglesia Peregrina de la justicia
e profecía al servicio de la vida.
Nos juntamos a la voz de María que aclamó al
Dios de la vida que realiza sus maravillas en los humillados. Unamos nuestras
voces a la suya para con ella derribar a los poderosos de sus tronos y elevar a
los humildes, despedir los ricos de manos vacías y llenar de hartura la mesa de
los empobrecidos.
Hermanas y hermanos, los abrazamos con
"amorosidad". ¡Amén, Aleluya!
CELAM
No hay comentarios:
Publicar un comentario