“En aquellos días,
María partió y fue sin demora
a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías
y saludó a Isabel…” (Lc. 1, 39)
Queridos catequistas:
Ya es costumbre de
muchos años que, ante la proximidad de la fiesta de San Pío X, les escriba una
carta. Por medio de ella quiero saludarlos en su día,
agradecerles el trabajo silencioso y fiel de cada semana, la capacidad de
hacerse samaritanos que hospedan desde la fe, siendo rostros cercanos y
corazones hermanos que permiten trasformar, de alguna manera, el anonimato de
la gran ciudad.
Este año, el día del
catequista nos encuentra ante un acontecimiento de gracia que ya empezamos a
gustar. Dentro de dos meses comenzará el Año de la Fe que nuestro Papa Benedicto
XVI ha convocado para “iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el
entusiasmo renovado del encuentro con Cristo…” (Carta Apostólica Porta Fidei,
PF 2)
Será ciertamente un
año jubilar. De ahí la invitación que el mismo Papa nos hace a atravesar la
“Puerta de la Fe
”. Atravesar esta puerta es un camino que dura toda la vida pero que en este
tiempo de gracia todos estamos llamados a renovar. Por esto me nace en este año
exhortarlos, como pastor y como hermano,
a que se animen a transitar el tiempo presente con la fuerza transformadora de
este acontecimiento.
Todos recordamos la
invitación tantas veces repetidas del Beato Juan Pablo II: “Abran las puertas
al Redentor”. Dios nos exhorta nuevamente: Abran las puertas al Señor: la
puerta del corazón, las puertas de la mente, las puertas de la catequesis, de
nuestras comunidades… todas las puertas a la Fe.
En este abrir la
puerta de la fe hay siempre un sí, personal y libre. Un sí que es respuesta a
Dios que toma la iniciativa y se acerca al hombre para entablar con él un
diálogo, en que el don y el misterio se hacen siempre presentes.
Un sí que la Virgen Madre supo dar
en la plenitud de los tiempos, en aquella
humilde aldea de Nazareth, para que se empezara a entretejer la alianza
nueva y definitiva que Dios tenía preparada, en Jesús, para la humanidad toda.
Siempre nos hace bien
volver nuestra mirada a la
Virgen. Más a quienes, de una u otra manera, se nos confía la
tarea de acompañar la vida de muchos hermanos, y así juntos, poder decirle sí a
la invitación de creer.
Pero la catequesis se
vería seriamente comprometida si la experiencia de la fe nos dejara encerrados
y anclados en nuestro mundo intimista o en las estructuras y espacios que con
los años hemos ido creando. Creer en el Señor es atravesar siempre la puerta de
la fe que nos hace salir, ponernos en camino, desinstalarnos... No hay que
olvidar que la primera iniciación cristiana que se dio en el tiempo y en la
historia culminó en misión... que tuvo
las características de visitación. Con toda claridad nos dice el relato de
Lucas: María se puso en camino con rapidez y llena del Espíritu.
La experiencia de la Fe nos ubica en Experiencia del
Espíritu signada por la capacidad de
ponerse en camino... No hay nada más opuesto al Espíritu que instalarse,
encerrarse. Cuando no se transita por la
puerta de la Fe , la puerta se cierra, la Iglesia se encierra, el
corazón se repliega y el miedo y el mal espíritu “avinagran” la Buena Noticia.
Cuando el Crisma de la Fe
se reseca y se pone rancio el evangelizador ya no contagia sino que ha perdido su fragancia, constituyéndose
muchas veces en causa de escándalo y de alejamiento para muchos.
El que cree es
receptor de aquella bienaventuranza que atraviesa todo el Evangelio y que
resuena a lo largo de la historia, ya en labios de Isabel: “Feliz de ti por
haber creído”, ya dirigida por el mismo Jesús a Tomás: “¡Felices los que creen
sin haber visto!”
Es bueno tomar
conciencia de que hoy, más que nunca, el acto de creer tiene que trasparentar
la alegría de la Fe. Como en aquel gozoso
encuentro de María e Isabel, el Catequista debe impregnar toda su persona y su
ministerio con la alegría de la Fe. Permítanme que les comparta algo de lo que
los Obispos de la Argentina
escribimos hace unos meses en un documento en el que bosquejamos algunas
orientaciones pastorales comunes para el trienio 2012-2015:
“La alegría es la
puerta para el anuncio de la
Buena Noticia y también la consecuencia de vivir en la fe. Es
la expresión que abre el camino para recibir el amor de Dios que es Padre de
todos. Así lo notamos en el Anuncio del ángel a la Virgen María que,
antes de decirle lo que en ella va a suceder, la invita a llenarse de alegría.
Y es también el mensaje de Jesús para invitar a la confianza y al encuentro con
Dios Padre: alégrense. Esta alegría cristiana es un don de Dios que surge
naturalmente del encuentro personal con Cristo Resucitado y la fe en él”
Por eso me animo a
exhortarlos con el Apóstol Pablo: Alégrense, alégrense siempre en el
Señor… Que la catequesis a la cual
sirven con tanto amor esté signada por esa alegría, fruto de la cercanía del
Señor Resucitado (“los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al
Señor”, Jn. 20,20), que permite también descubrir la bondad de ustedes y la
disponibilidad al llamado del Señor…
Y no dejen nunca que
el mal espíritu estropee la obra a la cual han sido convocados. Mal espíritu
que tiene manifestaciones bien concretas, fáciles de descubrir: el enojo, el
mal trato, el encierro, el desprecio, el ninguneo, la rutina, la murmuración,
el chismerío…
Ella literalmente se
puso en camino para acortar distancias. No se quedó en la noticia de que su
parienta Isabel estaba embarazada. Supo escuchar con el corazón y por eso
conmoverse con ese misterio de vida. La cercanía de María hacia su prima
implicó un desinstalarse, no quedarse centrada en ella, sino todo lo contrario.
El sí de Nazaret, propio de toda actitud de fe, se transformó en un sí que se
correspondió en su actuar… Y la que por obra del Espíritu Santo fue constituida
Madre del Hijo, movida por ese mismo Espíritu se transformó en servidora de
todos por amor a su Hijo. Una fe fecunda en caridad, capaz de incomodarse para
encarnar la pedagogía de Dios que sabe
hacer de la cercanía su identidad, su nombre, su misión: “y lo llamará
con el nombre de Emanuel”
“El Dios de Jesús se
revela como un Dios cercano y amigo del hombre. El estilo de Jesús se distingue
por la cercanía cordial. Los cristianos aprendemos ese estilo en el encuentro
personal con Jesucristo vivo, encuentro que ha de ser permanente empeño de todo
discípulo misionero. Desbordado de gozo
por ese encuentro, el discípulo busca acercarse a todos para compartir su
alegría. La misión es relación y por eso se despliega a través de la cercanía,
de la creación de vínculos personales sostenidos en el tiempo. El amigo de
Jesús se hace cercano a todos, sale al encuentro generando relaciones
interpersonales que susciten, despierten y enciendan el interés por la verdad.
De la amistad con Jesucristo surge un nuevo modo de relación con el prójimo, a
quien se ve siempre como hermano. (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio
2012-2015)
Cercanía que, me
consta, se hace presente muchas veces en los encuentros catequísticos de
Ustedes, en la diversas edades en que les toca acompañar los procesos de fe
(niños-jóvenes-adultos). Pero siempre se nos puede filtrar el profesionalismo
distante, la desubicación de creernos los “maestros que saben”, el cansancio y
fatiga que nos baja las defensas y nos endurece el corazón... Recordemos aquello tan hermoso de la 1° Carta
de Pablo a los cristianos de Tesalónica: “…fuimos tan condescendientes con
ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes
tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la buena noticia de
Dios, sino también nuestra propia vida: tan queridos llegaron a sernos.” (1Tes.
2, 7-8)
Pero además, les pido
que, no vean reducido su campo evangelizador a los catequizandos. Ustedes son
privilegiados para contagiar la alegría y belleza de la Fe a las familias de ellos.
Háganse eco en su pastoral catequística de esta Iglesia de Buenos Aires que
quiere vivir en estado de misión.
Miren una y mil veces
a la Virgen María.
Que ella interceda ante su Hijo para que les inspire el gesto y la palabra
oportuna, que les permita hacer de la Catequesis una Buena Noticia para todos, teniendo
siempre presente que la “Iglesia crece, no por proselitismo, sino por
atracción”.
Soy consciente de las
dificultades. Estamos en un momento muy particular de nuestra historia, incluso
del país. El reciente Congreso Catequístico Nacional realizado en Morón fue muy
realista en señalar las dificultades en la transmisión de la fe en estos
tiempos de tantos cambios culturales. Quizás en más de una oportunidad el
cansancio los venza, la incertidumbre los confunda e incluso lleguen a pensar
que hoy no se puede proponer la fe, sino solamente contentarse con transmitir
valores…
Por eso mismo,
nuestro Papa Benedicto XVI nos invita a atravesar juntos la puerta de la Fe. Para renovar nuestro
creer y en el creer de la
Iglesia seguir haciendo lo que ella sabe hacer, en medio de
luces y sombras. Tarea que no tiene origen en una estrategia de conservación,
sino que es raíz de un mandato del Señor que nos da identidad, pertenencia y
sentido. La misión surge de una certeza de la fe. De esa certeza que, en forma
de Kerygma, la Iglesia
ha venido trasmitiendo a los hombres a lo largo de dos mil años.
Certeza de la fe que convive con mil preguntas del peregrino.
Certeza de la fe que no es ideología,
moralismo, seguridades existenciales… sino el encuentro vivo e intransferible
con una persona, con una acontecimiento, con la presencia viva de Jesús de
Nazareth.
Por eso, me animo a
exhortarlos: vivan este ministerio con pasión, con entusiasmo.
La palabra entusiasmo (ενθουσιασμός) tiene su
raíz en el griego “en-theos”, es decir: “que lleva un dios adentro.” Este
término indica que, cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo, una
inspiración divina entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para
manifestarse. El entusiasmo es la experiencia de un “Dios activo dentro de mí”
para ser guiado por su fuerza y sabiduría. Implica también la exaltación del
ánimo por algo que causa interés, alegría y admiración, provocado por una
fuerte motivación interior. Se expresa como apasionamiento, fervor, audacia y
empeño. Se opone al desaliento, al desinterés, a la apatía, a la frialdad y a
la desilusión.
El “Dios activo
dentro” de nosotros es el regalo que nos hizo Jesús en Pentecostés, el Espíritu
Santo: “Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la
ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.” (Lc 24,
49). Se realiza así lo anunciado por los profetas, “les daré un corazón nuevo y
pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de
piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes.” (Ez.
36, 26) (CEA, Orientaciones pastorales para el trienio 2012-2015)
El entusiasmo, el fervor al cual nos
llama el Señor, bien sabemos que no
puede ser el resultado de un movimiento de voluntad o un simple cambio de ánimo.
Es gracia... renovación interior, transformación profunda que se fundamenta y
apoya en una Presencia, que un día nos llamó a seguirlo y que hoy, una vez más,
se hace camino con nosotros, para transformar nuestros miedos en ardor, nuestra
tristeza en alegría, nuestros encierros en nuevas visitaciones…
Al darte gracias de
corazón por todo tu camino de catequista, por tu tiempo y tu vida entregada, le
pido al Señor que te dé una mente abierta para recrear el diálogo y el
encuentro entre quienes Dios te confía y un corazón creyente para seguir
gritando que El está vivo y nos ama como nadie. Hay una estampa de María
Auxiliadora que dice: “Vos que creíste, ayudame!” Que Ella nos ayude a seguir
siendo fieles al llamado del Señor…
No dejes de rezar por
mí para que sea un buen catequista. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te
cuide. Afectuosamente
Buenos Aires, 21 de Agosto de 2012
Card. Jorge Mario Bergoglio, s.j.
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