Homilía del cardenal
Mauro Piacenza, Prefecto de la
Congregación para el Clero
en el Congreso
Internacional europeo sobre la
Catequesis
[Hch. 14,19-28; Sal.
144; Jn. 14,27-31]
Venerados Hermanos y
Queridísimos amigos,
Estoy muy contento de
poder celebrar con vosotros esta Eucaristía durante vuestro Congreso. Es de
destacar el notable y providencial significado, que la primera Lectura de los
Hechos de los Apóstoles, recién escuchada, recoja las palabras con las cuales
el Santo Padre Benedicto XVI ha querido encabezar la Carta de convocatoria del
Año de la Fe , con
ocasión del quincuagésimo aniversario del comienzo del Concilio Ecuménico
Vaticano II y el vigésimo de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica ,
instrumento indispensable para la correcta hermenéutica de los textos
conciliares. ¡No podemos olvidar, en efecto, que se trata del Catecismo de este
Concilio!
Leemos que los
Apóstoles “reunieron a la
Iglesia y contaron todo lo que Dios había hecho por medio de
ellos: cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe”.
Abrir la puerta de la
fe a los hombres de cada tiempo y lugar es, ante todo, la tarea de Dios mismo.
Si perdemos de vista este “primado” de la Obra de Dios, cualquier esfuerzo nuestro estará
destinado a no dar los frutos esperados. Es Dios quien abre la puerta de la fe
a nuestros hermanos los hombres y lo hace, ante todo, por medio de su Hijo
Unigénito. Él es la “puerta de las ovejas”, camino universal y único de
salvación para todos los hombres.
Es hermosa la imagen
de este Dios que “abre”, y qué lejos está de tantos prejuicios contemporáneos
sobre el Señor, sobre su Palabra de salvación y sobre su Iglesia, lugar en el
que tal salvación se hace actual y operante por la libertad de los individuos,
en la comunión del único Cuerpo.
La imagen de la
“puerta” es particularmente eficaz porque se refiere a “entrar” en una nueva
dimensión, en una realidad que el hombre no puede darse a sí mismo, sino que es
completamente don de Dios. Esta realidad del don que es Dios mismo, requiere
poner en movimiento nuestra libertad; requiere que el umbral de la puerta,
abierta por Dios, sea cruzado por cada uno de nosotros. En este sentido, la
salvación ofrecida universalmente, no puede de ninguna manera ser eficaz sin el
concurso de la libertad creada que, sostenida por la gracia, "da el paso”
y cruza la “puerta de la fe”.
La grandísima tarea
de la catequesis de la iniciación cristiana, vista sobre todo en el horizonte
de la nueva evangelización, es, pues, por lo menos doble. Por una parte, la
catequesis debe colaborar con el Señor para “abrir la puerta de la fe”,
mostrando, de manera profundamente racional y humana, y hasta afectivamente, la
gran posibilidad de vida, de sentido y de plenitud que Dios ofrece a los
hombres. Si no volvemos a sacar a la luz toda la razonabilidad, el atractivo e
incluso la “conveniencia humana” del cristianismo, si no sacamos a la luz todo
lo que emana de la voluntad de la fe, muy difícilmente podrá resultar
fascinante la perspectiva cristiana.
Por otra parte, la
catequesis está llamada a sostener la inteligencia de la fe, por medio del
conocimiento de la
Revelación , tanto en sus aspectos relacionales, como en
aquellos más propiamente doctrinales que son su traducción histórica. Una vez
que sea cruzada “la puerta de la fe” –lo sabemos bien- el camino no habrá
concluido. Solamente una intensa tarea de formación podrá permitir al juicio de
conciencia no volver atrás y al comportamiento moral no abandonar la luz
encontrada.
A casi cincuenta años
del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II, debemos reconocer que la misma
vida moral, ya sea intra o extra eclesial, ha sido tremendamente debilitada por
una insuficiente catequesis, por una formación incapaz, quizá, de dar las razones
de las exigencias del Evangelio y de mostrar, en la concreta experiencia
existencial, que ellas son extraordinariamente humanizadoras. ¡Y no ha sido por
culpa del Concilio!
Por estos motivos, la
catequesis es siempre una narratio. Afirma el texto citado, que los Apóstoles
“reunieron a la Iglesia
y contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos”. En este “contaron
todo lo que Dios había hecho”, está contenida, en definitiva, toda la labor de
una catequesis que no sólo es transmisión de verdades doctrinales, sino una
posibilidad de participación en el mismo Evento de la fe, en el mismo
Evento-Cristo.
La dimensión
doctrinal, no obstante, bien lejos de ser secundaria, representa el modo
concreto de la narratio, la cual de otro modo correría el riesgo de hacerse
arbitraria y subjetiva y, por tanto, no creíble. Como ha recordado el Santo
Padre en la homilía de la
Santa Misa Crismal, nos encontramos ante "un
analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan
inteligente.
Los elementos
fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos
conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe, Pero para poder vivir y
amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a escucharlo del
modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y
nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra”.
La catequesis, sobre
todo la de la iniciación cristiana, tiene esta gran tarea: vencer el
analfabetismo religioso, enseñando “qué nos ha dicho Dios”… ¡y sin dejarnos
paralizar por las interminables cuestiones metodológicas!
Los problemas
metodológicos, queridos amigos, son superados por los santos: con su sencillez
y con su vida, son la más eficaz catequesis viviente que Dios mismo ofrece a su
pueblo. Un nombre en representación de todos: el Beato J.H.Newman y su
"cor ad cor loquitur", con todo el empeño intelectual, teológico,
moral y espiritual que eso significa.
Si tenemos esta
conciencia, si la puerta de la fe es cruzada sobre todo por nosotros, si
ponemos en el primer lugar la formación de los sacerdotes y de los catequistas,
si vigilamos atenta y eficazmente los distintos Centros de formación, si no
tenemos miedo de utilizar también los nuevos areópagos, como internet, para
anunciar la Fe ,
sin olvidar nunca que el encuentro con Cristo reclama siempre una mediación
personal, entonces esta obra fundamental podrá florecer y, con la ayuda de
Dios, podrá dar fruto.
No podemos olvidar
jamás que “debemos entrar en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones”
y, en consecuencia, que el cansancio es constitutivo del camino de salvación, y
que Jesús nos ha dicho: “Os dejo la paz, os doy mi paz”. No como la da el
mundo, os la doy a vosotros”, indicando así una radical e insuperable
alternativa que no puede ser suprimida por ningún ingenuo optimismo.
En este mes dedicado
a Ella, confiemos a la
Santísima Virgen , Estrella de la Evangelización , los
trabajos de vuestro Congreso y, sobre todo, la obra incesante de la Iglesia que, como Dios,
abre a los hombres “la puerta de la fe”. Amén.
ROMA, Viernes, 11 de
mayo 2012 (ZENIT.org).-
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