a los 18 años de su muerte:
el más universal y viajero de los papas,
canonizado en tiempo récord
Claudia Peiró
Infobae, 2 Abr,
2023
Juan Pablo II fue
proclamado santo en tiempo récord para la tradición, a sólo 9 años de su
muerte, en abril de 2014, en una ceremonia bautizada como de “los 4 Papas”,
porque al mismo tiempo fue canonizado Juan XXII y porque el acto, presidido por
Francisco, contó también con la presencia del pontífice emérito, Benedicto XVI,
fallecido el 31 de diciembre del año pasado.
Karol Wojtyla, tal
era su nombre secular, murió el 2 de abril de 2005. Seis días después, el 8, el
Vaticano fue escenario del entierro más convocante de un Sumo Pontífice. Un
millón de fieles llegaron a Roma y en la Plaza San Pedro lo vitorearon y
pidieron su beatificación.
Desde el
secretario general de las Naciones Unidas -Kofi Annan- al de la Liga Árabe -Amr
Mussa-; desde las autoridades de la Unión Europea (José Manuel Durao Barroso,
presidente de la Comisión, y el premier luxemburgués, Jean Claude Juncker,
presidente de turno de la UE), hasta el primer mandatario de los Estados
Unidos, George W.Bush, que viajó a Roma acompañado por dos de sus antecesores
en el cargo: su padre, el republicano George Bush, y el demócrata Bill Clinton:
un impresionante número de personalidades mundiales se dio cita en El Vaticano
para despedir al Papa más viajero de la historia.
También asistieron
el socialista presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el
centroderechista primer mandatario de Francia, Jacques Chirac; el presidente de
China, Chen Shui-bian, el de Brasil, Lula Da Silva; el primer ministro
británico, Tony Blair, el presidente del Parlamento de Cuba, Ricardo Alarcón;
el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Ahmed Qurei y el ex
presidente polaco y fundador del movimiento Solidaridad, Lech Walesa.
Además, varios
altos referentes de otras confesiones: el jefe espiritual de la Iglesia
ortodoxa, Bartolomeo I, patriarca de Constantinopla, el de la Iglesia
anglicana, arzobispo de Canterbury Rowan Williams, además del arzobispo de la
iglesia ortodoxa de Grecia, Christodoulos, y Mesrob II, patriarca armenio
ortodoxo: una asistencia plural que reflejó la extensión del respeto y la
simpatía que la figura y el largo pontificado de Juan Pablo II habían despertado
en el mundo.
Un público que
también incluyó a los Reyes de España, Bélgica, Noruega, Suecia y Jordania, al
príncipe Carlos de Inglaterra, al presidente y al premier de Alemania, Horst
Köhler y Gerhard Schröder, respectivamente, además de los primeros mandatarios
de Portugal, México, Polonia, República Checa, Austria, Irlanda, Bulgaria,
Chipre, Croacia, Eslovaquia, Macedonia, Eslovenia, Bolivia, Irán, Costa Rica,
Estonia, Honduras, Siria, Filipinas, Grecia, Hungría, Letonia, El Salvador,
Rumania, Serbia y Montenegro, Suiza, Ucrania, Nicaragua, Lituania, Mozambique,
Congo, Ghana, Guinea Ecuatorial, Líbano y Albania. Y a los primeros ministros
de Canadá, Rusia, Holanda, Sri Lanka, Armenia, Dinamarca, Finlandia, además de
una delegación de la presidencia tripartita de Bosnia (serbia, musulmana y
croata).
Néstor Kirchner
delegó en su vicepresidente, Daniel Scioli, la asistencia al funeral, pero la
Argentina estuvo también representada por dos ex mandatarios, Carlos Menem y
Eduardo Duhalde.
Aquella amplitud
de latitudes y de tendencias políticas e ideológicas constituyó el mejor
reflejo del protagonismo de un Papa con vocación universal y voluntad de
abarcar y contener todas las contradicciones humanas.
Para unos, fue
“subversivo”, para otros “reaccionario”, diablo modernista o conservador
anticonciliar, innovador en ciertos momentos, tradicionalista en otros.
El mismo Juan
Pablo II que con su viaje a la Polonia comunista y la exhortación a sus
compatriotas a luchar -con aquella célebre exhortación: “No tengan miedo”- fue
un acelerador de la Historia aportando a la caída del sistema soviético y la
liberación de su tierra natal de ese régimen de opresión, volvió luego su
mirada crítica a los excesos del capitalismo y al escándalo de la pobreza en el
mundo occidental y cristiano. El mismo Papa que dio todo el respaldo de su
autoridad espiritual a la lucha contra la opresión comunista, se atrevió luego
a reivindicar las “semillas de verdad” que a su juicio estaban presentes en el
socialismo.
Su mensaje fue que
el capitalismo salvaje no sería mejor que el marxismo. “El comunismo -dijo- ha
demostrado que era una medicina más peligrosa que la propia enfermedad”. Pero
hay una enfermedad. “Una globalización económica (que) si se rige por las meras
leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos lleva a
consecuencias negativas”, como el desempleo, la destrucción del ambiente, el
agrandamiento de la brecha de ingresos. “No es posible que los países ricos
traten de mantener su estándar de vida explotando gran parte de las reservas de
energía y materias primas (que deben) servir a toda la Humanidad”, dijo.
Quienes hoy tildan
de “populista” a Jorge Bergoglio, se sorprenderían por la similitud de tono en
las diatribas de Karol Wojtyla contra el capitalismo salvaje y la globalización
anómica; críticas que incluso formuló el propio Benedicto XVI, desmintiendo la
caricatura que de él suele hacerse.
El mismo Juan
Pablo II que batió todos los récords en materia de beatificación (más de 1300)
y reveló al mundo el tercer secreto de Fátima fue el autor de la encíclica
Fides et ratio (año 2000) en la cual afirmó que la fe necesita de la razón para
no verse reducida al mito o a la superstición: “No puede haber competencia
alguna entre la razón y la fe, escribió. La Iglesia reconoce los esfuerzos de
la razón para alcanzar objetivos que hacen la existencia personal más digna”.
En el mismo documento atacó a quienes “han sustituido con la duda sistemática
cualquier posibilidad de certezas”, reafirmando así la existencia de la verdad
absoluta, para él la Verdad religiosa. “Doy los pasos que doy, no como los da
el mundo, sino como yo los doy”.
El mismo Papa cuya
prédica fue clave en el derrumbe del sistema soviético, le tendió la mano a la
Cuba castrista, recibiendo a Fidel Castro en El Vaticano y visitando la isla en
1998: “Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo”, fue su
esperanza.
El mismo Karol
Wojtyla que visitó Israel y llamó "hermanos mayores" a los judíos y
"fruto de la elección divina" a ese pueblo, reconoció el derecho de
los palestinos a un Estado y reclamó un estatuto internacional para Jerusalén,
la ciudad santa de tres religiones.
El mismo que era
recibido masivamente por los jóvenes en sus viajes, no hizo ninguna concesión
en materia de anticoncepción, aborto o divorcio. Una ortodoxia en el núcleo del
dogma que sin embargo iba acompañada de una gran flexibilidad en las formas de
transmitir el mensaje.
El objetivo
estratégico de su activismo -Karol Wojtyla besó el suelo de más de 130 países
en un centenar de viajes realizados durante su largo pontificado- era volver a
poner a Dios como motor de la Historia y legarle al milenio una Iglesia a la
cual nada de lo humano le fuese ajeno.
Hubo momentos en
que su prédica espiritual encontró eco en los acontecimientos políticos y otros
en los que pareció predicar en el desierto, como cuando en 2003, en referencia
a la inminente segunda guerra de Irak, advirtió que “quien decide que se han
agotado todos los medios pacíficos que el derecho internacional pone a su
disposición, asume una grave responsabilidad ante Dios, ante su conciencia y
ante la Historia”.
Fue en ese año
cuando el comité que otorga el premio Nobel de la Paz dejó pasar una
oportunidad de limpiar su imagen e incurrió en otra de las incongruencias -no
sería la última tampoco- que explican el desprestigio de un galardón que el
mundo unánimemente le concedía in péctore al Papa.
“Decisiones con
consecuencias mundiales son tomadas sólo por un pequeño grupo restringido de
naciones”, se lamentaba el Papa. Y este mensaje suyo en favor de un mayor
multilateralismo es la parte más significativa de su legado para los tiempos
presentes, cuando el mundo enfrenta convulsiones económicas, políticas y
bélilcas, cuyas consecuencias, en un escenario globalizado, no reconocen
fronteras. La comunidad internacional se ve ante la necesidad de imaginar
nuevos caminos e instancias para una solución más participativa de los mismos.
“El derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los Estados,
el ejercicio noble de la diplomacia, son medios dignos del hombre y de las
Naciones para resolver sus actos contenciosos”, había dicho Juan Pablo II en
2003. Palabras más actuales que nunca.
Como todos los
grandes de la historia, también Juan Pablo II tuvo sus travesías del desierto
antes de darse a conocer al mundo. Casi toda su vida transcurrió en una patria
sometida al yugo extranjero. Y bajo un régimen para el cual la Iglesia Católica
era un enemigo a combatir y el cristianismo una fe a erradicar.
Karol Wojtyla
había nacido en Wadowice, una pequeña ciudad cercana a Cracovia, el 18 de mayo
de 1920, en el seno de una familia modesta. Perdió a su madre cuando tenía sólo
9 años. Edmund, su único hermano, era médico. En 1932, falleció de
tuberculosis. Karol y su padre se mudaron a Cracovia donde él inició sus
estudios. El futuro Papa quedó totalmente solo cuando en 1941, durante la
ocupación de Polonia por la Alemania nazi, murió su padre, que era suboficial
del ejército polaco.
Wojtyla hizo
primero estudios literarios –una afición por las letras y el teatro que no
abandonaría. Cuando en 1939 Polonia fue invadida por los alemanes, trabajó en
una fábrica química y luego en una cantera para evitar ser deportado a campos
de trabajo forzoso en Alemania. El ingreso de Wojtyla al seminario se produjo
en la clandestinidad, en octubre de 1942. Fue ordenado sacerdote en 1948 y más
tarde se doctoró en teología.
En 1958 fue
nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Y en esa condición participó de las
tareas del Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII.
En 1967, el papa
Pablo VI lo hizo Cardenal.
Muy apreciado en
su país natal por su humanidad, coraje e inteligencia, Karol Wojtyla era poco
conocido fuera de Polonia, por lo que su elección como Papa, tras el brevísimo
pontificado de Juan Pablo I, el 16 de octubre de 1978, causó enorme sorpresa en
todo el mundo. Y marcó un giro copernicano en la tradición vaticana. Fue una
elección singular, especialmente por la nacionalidad del nuevo pontífice pero
también por su edad: 58 años era poco para un Papa.
Wojtyla tomó el
nombre de Juan Pablo II para homenajear a sus tres predecesores, Juan XXIII,
Pablo VI y Juan Pablo I.
Fue el primer Papa
en conquistar una popularidad masiva y universal, el primero en convocar
multitudes, no sólo en Roma sino en casi todos los países que visitó en sus más
de 100 viajes internacionales.
Su ya célebre
frase, “¡no tengan miedo!”, pronunciada a escasos días de su elección, el 22 de
octubre de 1978, fue un aliento a sus compatriotas a sublevarse contra el
régimen comunista.
Pronto vino la
reacción. El 13 de mayo de 1981, en plena pulseada entre Moscú y El Vaticano,
Juan Pablo II recibió un disparo mientras circulaba en jeep por la plaza San
Pedro. Un joven turco fanático fue el autor material, pero la investigación se
orientó hacia los servicios secretos búlgaros y, más allá, a los soviéticos. Años
más tarde, Juan Pablo II perdonó a su agresor, que de todos modos purgó una
larga pena de prisión.
Wojtyla recorrió
el mundo como ningún otro Papa antes que él. En sus 27 años de pontificado
realizó 104 viajes, visitando 129 países, sin contar la propia Italia. Hablaba
varios idiomas, entre ellos italiano, francés, alemán, inglés, ucraniano y
ruso, pero además se esforzaba en cada viaje en leer sus discursos en el idioma
local. Muchos recordarán su acento marcado pero claramente inteligible en todas
las ocasiones en que les habló a los argentinos.
Luego de la
implosión de los regímenes comunistas, también pidió perdón por los errores de
la iglesia, en particular hacia el judaísmo.
Fue también el
impulsor de las multitudinarias Jornadas Mundiales de la Juventud, la primera
de las cuales tuvo lugar en Buenos Aires, en 1987, en la que fue su segunda
visita a la Argentina.
Pese a todo, no
pudo revertir el proceso de secularización en Europa Occidental, ni el avance
del pentecostalismo a expensas de la Iglesia Católica en América Latina.
También el avance de un capitalismo salvaje en la Europa del Este postcomunista
fue una desilusión para este Pontífice.
Hubo momentos en
los que el mensaje papal fue replicado y bajado a la realidad concreta por
políticos que eran sus contemporáneos. Y otros en los que faltaron líderes con
verdadera vocación de servicio y mirada universal. Y la voz del Papa quedó
solitaria.
Aunque su
influencia menguó con los años y la enfermedad, su largo pontificado de casi
tres décadas dejó una impronta imborrable en la historia reciente.
Karol Wojtyla
murió a los 84 años, en 2005, un 2 de abril... tal vez para recordarnos a los
argentinos lo mucho que hizo por nosotros, cuando apeló a toda su autoridad
para frenar una guerra fratricida entre Argentina y Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario