Autor: Santiago MARTÍN,
sacerdote FM
Católicos on line, febrero
2020
Una semana después de la
publicación de la exhortación apostólica “Querida Amazonía”, todavía se
escuchan las reacciones que ha provocado. Para los que daban por hecho que el
Papa aprobaría los curas casados y, quizá, algún atisbo de aprobación del
sacerdocio femenino, la decepción ha sido enorme. El propio Pontífice declaró a
un grupo de obispos norteamericanos que le habían llamado cobarde.
Dentro de este grupo, los
hay que se aferran al hecho de que el Papa no haya prohibido explícitamente el
sacerdocio de los casados y dicen que el tema está abierto; tienen razón, el
tema sigue abierto porque no es un dogma de fe y todo lo que no sea dogma de fe
siempre está abierto, pero las posibilidades de que eso se apruebe son ahora
mucho menores que antes, cuando el Santo Padre debía actuar bajo la presión de
una petición, aprobada por más de dos tercios de los participantes en el
Sínodo. Dentro de este grupo, también los hay que dicen que al recomendar el
Papa que se aplique el documento sinodal, está dando permiso para que se ordene
a casados; esta duda es fácil de resolver, basta con que un obispo amazónico lo
haga y a ver qué pasa.
En el otro sector también
hay de todo. Algunos son irreductibles y son incapaces de ver nada bueno en lo
que haga el Papa Francisco; esta semana, por ejemplo, un franciscano de María
había sido invitado a participar en un grupo de oración, en Argentina, y fue
expulsado de él por aplaudir al Papa por no haber aprobado ni el sacerdocio de
los casados ni el sacerdocio femenino; y no porque los miembros de ese grupo
estuvieran a favor de ambas cosas, sino porque eran “sede vacantistas” y
consideran al Papa como un hereje usurpador que está equivocado en todo lo que
haga o diga.
Dentro del sector de los que
han sido críticos con algunas de las acciones, ambigüedades o permisiones del
Papa, han aumentado los que le apoyan y han visto en “Querida Amazonía” un
gesto valiente y de auténtico magisterio. El aprecio por el Pontífice en este
sector ha aumentado al saberse que ha escrito, de su puño y letra y en español,
una felicitación al cardenal Müller por su libro “El Papa, misión y deber” y
por el artículo publicado tras la exhortación apostólica; en esa carta, el
Santo Padre le da las gracias a Müller y le dice que ambas cosas le han
gustado.
Creo que es importante ver
las cosas con un poco de perspectiva. Desde hace mucho vengo diciendo que el
gran reto de la Iglesia, desde hace cincuenta años o más, es la tentación de
adaptarse al mundo. Benedicto XVI lo diagnosticó hablando no sólo de la
hermenéutica de ruptura con la que muchísimos en la Iglesia estaban leyendo el
Concilio Vaticano II, sino también de las consecuencias: el abandono de la fe
verdadera para someternos a la dictadura del relativismo. Esta lucha está
llegando a su fin, porque ahora ya está a la vista lo que había oculto en el
interior de los corazones, como profetizó el anciano Simeón. El episodio final
es el Sínodo de Alemania y sus pretensiones de adaptar dogma y moral a las
exigencias del mundo. El Papa Francisco sabía todo esto y era consciente de
que, si cedía en lo de los curas casados para la Amazonía, lo de Alemania iba a
ser imparable. Todos debemos hacernos conscientes, como él, de la gravedad del
momento. Por eso pedí la semana pasada y pido de nuevo -aun a costa de que me
sigan insultando los que ven al Papa como el anticristo- que apoyemos al Santo
Padre. Él ha tendido la mano a Müller, con el que ha tenido tantas diferencias,
con un gesto muy significativo. No le dejemos con la mano extendida. El
problema está en Alemania y todos debemos estar unidos para hacer frente a ese
problema. Lo otro, que es mucho, se arreglará después, porque tiene arreglo.
Recemos por el Papa.
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