(Catedral de La Paz, Bolivia, 8 de julio de 2015)
Aica, 9-7-15
"Hermano Presidente,
Hermanos y Hermanas:
Me alegro de este encuentro con ustedes, autoridades
políticas y civiles de Bolivia, miembros del Cuerpo diplomático y personas
relevantes del mundo de la cultura y del voluntariado. Agradezco a Mons.
Edmundo Abastoflor, Arzobispo de la Paz, su amable bienvenida. Les ruego me
permitan cooperar, alentando con algunas palabras, la tarea que cada uno de
ustedes ya realiza.
Cada uno a su manera, todos los aquí presentes
compartimos la vocación de trabajar por el bien común. Ya hace 50 años, el
Concilio Vaticano II definía el bien común como “el conjunto de condiciones de
la vida social que hacen posible a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente de la propia perfección”; gracias por aspirar
–desde su rol y misión– para que las personas y la sociedad se desarrollen,
alcancen su perfección. Estoy seguro de sus búsquedas de lo bello, lo
verdadero, lo bueno en este afán por el bien común. Que este esfuerzo ayude
siempre a crecer en un mayor respeto a la persona humana en cuanto tal, con
derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral, a la paz
social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se
produce sin una atención particular a la justicia distributiva. (cf. Laudato
si’ 157).
En el trayecto hacia la catedral he podido admirarme
de las cumbres del Hayna Potosí y del Illimani, de ese “cerro joven” y de aquel
que indica “el lugar por donde sale el sol”. También he visto cómo de manera
artesanal muchas casas y barrios se confunden con las laderas y me he
maravillado de algunas obras de su arquitectura. El ambiente natural y el
ambiente social, político y económico están íntimamente relacionados. Nos urge
poner las bases de una ecología integral, que incorpore claramente todas las
dimensiones humanas en la resolución de las graves cuestiones socioambientales
de nuestros días... si no los glaciares de esos montes seguirán
retrocediendo... y la lógica de la recepción, la conciencia del mundo que
queremos dejar a los que nos sucedan, su orientación general, su sentido, sus
valores también se derretirán como esos hielos (cf. Laudato si’ 159-160).
Como todo está relacionado, nos necesitamos unos a
otros. Si la política se deja dominar por la especulación financiera o la
economía se rige únicamente por el paradigma tecnocrático y utilitarista de la
máxima producción, no podrán ni siquiera comprender, y menos aún resolver, los
grandes problemas que afectan a la humanidad. Es necesaria también la cultura,
de la que forma parte no solo el desarrollo de la capacidad intelectual del ser
humano en las ciencias y de la capacidad de generar belleza en las artes, sino
también las tradiciones populares locales, con su particular sensibilidad al
medio de donde han surgido y al que dan sentido. Se requiere de igual forma una
educación ética y moral, que cultive actitudes de solidaridad y
corresponsabilidad entre las personas. Debemos reconocer el papel específico de
las religiones en el desarrollo de la cultura y los beneficios que pueden
aportar a la sociedad. Los cristianos, en particular, como discípulos de la
Buena Noticia, son portadores de un mensaje de salvación que tiene en sí mismo
la capacidad de ennoblecer a las personas, de inspirar grandes ideales capaces
de impulsar líneas de acción que vayan más allá del interés individual,
posibilitando la capacidad de renuncia en favor de los demás, la sobriedad y
las demás virtudes que nos contienen y nos unen.
Nos habituamos tan fácilmente al ambiente de inequidad
que nos rodea, que nos volvemos insensibles a sus manifestaciones. Y así
confundimos sin darnos cuenta el “bien común” con el “bien- estar”, sobre todo
cuando somos nosotros quienes lo disfrutamos. El bienestar que se refiere solo
a la abundancia material tiende a ser egoísta, a defender los intereses de
parte, a no pensar en los demás, y a dejarse llevar por la tentación del
consumismo. Así entendido, el bienestar, en vez de ayudar, incuba posibles
conflictos y disgregación social; instalado como la perspectiva dominante,
genera el mal de la corrupción que cuánto desalienta y tanto mal hace. El bien
común, en cambio, es algo más que la suma de intereses individuales; es un
pasar de lo que “es mejor para mí” a lo que “es mejor para todos”, e incluye
todo aquello que da cohesión a un pueblo: metas comunes, valores compartidos,
ideales que ayudan a levantar la mirada, más allá de los horizontes
particulares.
Los diferentes agentes sociales tienen la
responsabilidad de contribuir a la construcción de la unidad y el desarrollo de
la sociedad. La libertad siempre es el mejor ámbito para que los pensadores,
las asociaciones ciudadanas, los medios de comunicación desarrollen su función,
con pasión y creatividad, al servicio del bien común. También los cristianos,
llamados a ser fermento en el pueblo, aportan su propio mensaje a la sociedad.
La luz del Evangelio de Cristo no es propiedad de la Iglesia; ella es su
servidora, para que llegue hasta los extremos del mundo. La fe es una luz que
no encandila, que no obnubila, sino que alumbra y guía con respeto la
conciencia y la historia de cada persona y de cada convivencia humana. El
cristianismo ha tenido un papel importante en la formación de la identidad del
pueblo boliviano. La libertad religiosa –como es acuñada habitualmente esa
expresión en el fuero civil– es quien también nos recuerda que la fe no puede
reducirse al ámbito puramente subjetivo. Será nuestro desafío alentar y
favorecer que germinen la espiritualidad y el compromiso cristiano en obras
sociales.
Entre los diversos actores sociales, quisiera destacar
la familia, amenazada en todas partes por la violencia doméstica, el
alcoholismo, el machismo, la drogadicción, la falta de trabajo, la inseguridad
ciudadana, el abandono de los ancianos, los niños de la calle y recibiendo
pseudo-soluciones desde perspectivas que evidencian una clara colonización
ideológica... Son tantos los problemas sociales que resuelve la familia en
silencio, que no promoverla es dejar desamparados a los más desprotegidos.
Una nación que busca el bien común no se puede cerrar
en sí misma; las redes de relaciones afianzan a las sociedades. El problema de
la inmigración en nuestros días nos lo demuestra. El desarrollo de la
diplomacia con los países del entorno, que evite los conflictos entre pueblos
hermanos y contribuya al diálogo franco y abierto de los problemas, es hoy
indispensable. Hay que construir puentes en vez de levantar muros. Todos los
temas, por más espinosos que sean, tienen soluciones compartidas, razonables,
equitativas y duraderas. Y, en todo caso, nunca han de ser motivo de
agresividad, rencor o enemistad que agravan más la situación y hacen más
difícil su resolución.
Bolivia transita un momento histórico: la política, el
mundo de la cultura, las religiones son parte de este hermoso desafío de la
unidad. En esta tierra donde la explotación, la avaricia y múltiples egoísmos y
perspectivas sectarias han dado sombra a su historia, hoy puede ser el tiempo
de la integración. Hoy Bolivia puede “crear nuevas síntesis culturales”. ¡Qué
hermosos son los países que superan la desconfianza enfermiza e integran a los
diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué
lindos cuando están llenos de espacios que conectan, relacionan, favorecen el
reconocimiento del otro! (cf. Evangelii gaudium 210). Bolivia, en la
integración y en su búsqueda de la unidad, está llamada a ser “esa multiforme
armonía que atrae” (Evangelii gaudium 117).
Muchas gracias por su atención. Pido al Señor que
Bolivia, “esta tierra inocente y hermosa” siga progresando cada vez más para
que sea esa “patria feliz donde el hombre vive el bien de la dicha y la paz”.
Que la Virgen santa los cuide y el Señor los bendiga abundantemente. No olviden
rezar por mí, pues lo necesito".
No hay comentarios:
Publicar un comentario