Por
el siervo de Dios, cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân
(1928-2002)
1. Bienaventurado el
político que tiene un elevado conocimiento y una profunda conciencia de su
papel.
El Concilio Vaticano
II definió la política «arte noble y difícil» (Gaudium et spes, 73). A más de
treinta años de distancia y en pleno fenómeno de globalización, tal afirmación
encuentra confirmación al considerar que, a la debilidad y a la fragilidad de
los mecanismos económicos de dimensiones planetarias se puede responder sólo
con la fuerza de la política, esto es, con una arquitectura política global que
sea fuerte y esté fundada en valores globalmente compartidos.
2. Bienaventurado el
político cuya persona refleja la credibilidad.
En nuestros días, los
escándalos en el mundo de la política, ligadas sobre todo al elevado coste de
las elecciones, se multiplican haciendo perder credibilidad a sus
protagonistas. Para volcar esta situación, es necesaria una respuesta fuerte,
una respuesta que implique reforma y purificación a fin de rehabilitar la
figura del político.
3. Bienaventurado el
político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Para vivir esta
bienaventuranza, que el político mire su conciencia y se pregunte: ¿estoy
trabajando para el pueblo o para mí? ¿Estoy trabajando por la patria, por la
cultura? ¿Estoy trabajando para honrar la moralidad? ¿Estoy trabajando por la
humanidad?
4. Bienaventurado el
político que se mantiene fielmente coherente,
con una coherencia
constante entre su fe y su vida de persona comprometida en política; con una
coherencia firme entre sus palabras y sus acciones; con una coherencia que
honra y respeta las promesas electorales.
5. Bienaventurado el
político que realiza la unidad y, haciendo a Jesús punto de apoyo de aquélla,
la defiende.
Ello, porque la
división es autodestrucción. Se dice en Francia: «los católicos franceses jamás
se han puesto en pié a la vez, más que en el momento del Evangelio». ¡Me parece
que este refrán se puede aplicar también a los católicos de otros países!
6. Bienaventurado el
político que está comprometido en la realización de un cambio radical,
y lo hace luchando
contra la perversión intelectual; lo hace sin llamar bueno a lo que es malo; no
relega la religión a lo privado; establece las prioridades de sus elecciones
basándose en su fe; tiene una carta magna: el Evangelio.
7. Bienaventurado el
político que sabe escuchar,
que sabe escuchar al
pueblo, antes, durante y después de las elecciones; que sabe escuchar la propia
conciencia; que sabe escuchar a Dios en la oración. Su actividad brindará
certeza, seguridad y eficacia.
8. Bienaventurado el
político que no tiene miedo.
Que no tiene miedo,
ante todo, de la verdad: «¡la verdad –dice Juan Pablo II-- no necesita de
votos!». Es de sí mismo, más bien, de quien deberá tener miedo. El vigésimo
presidente de los Estados Unidos, James Garfield, solía decir: «Garfield tiene
miedo de Garfield». Que no tema, el político, los medios de comunicación. ¡En
el momento del juicio él tendrá que responder a Dios, no a los medios!
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