Lo que realmente sucedió en Ratisbona
Miguel Pastorino
Aleteia, 04/01/23
Una frase sacada
de contexto empañó la verdadera trascendencia del discurso del Papa
Un año y medio
después del comienzo de su pontificado, el 9 de setiembre de 2006 Benedicto XVI
comienza su cuarto viaje fuera de Italia, dirigiéndose a su tierra de origen:
Alemania. Múnich, Altötting y Ratisbona son los lugares donde habría querido
retirarse a estudiar y escribir si no lo hubieran elegido sucesor de Pedro.
Lo que la mayor
parte de la prensa y el mundo entero recuerda de ese viaje fue una frase sobre
el islam que dio la vuelta al mundo y dejó en la sombra el calibre de todo lo
que allí se dijo, la importancia del diálogo entre fe y razón, uno de los
pilares del pensamiento de uno de los intelectuales más significativos del
siglo XX.
La anécdota, la
prensa y su contexto
Al igual que en la
mayor parte de sus viajes, lo que se conoció fueron frases que podían ser
noticia escandalosa, generalmente sacada de contexto y olvidando las cuestiones
fundamentales de los brillantes, profundos y lúcidos discursos de Benedicto
XVI.
Un detalle no
menor es que todos los discursos para un viaje papal fueron escritos un tiempo
antes y han sido leídos por los colaboradores de la Secretaría de Estado, como
es habitual. El objetivo de todos sus discursos era la centralidad de Dios y
que Europa necesitaba reencontrarse con el Dios de la paz y del amor, el Dios
en el cual toda auténtica religión puede reconocerse.
Para ello, en una
homilía del 10 de setiembre habla en particular de la relación entre
cristianismo e islam, explicando que la amenaza para el islam no es el
cristianismo, sino el desprecio de Dios y el cinismo de quien ve en el escarnio
de la religión un derecho de libertad, haciendo de la utilidad el criterio
supremo de vida. Es decir, el conflicto no es entre religiones como llegó a
plantear Samuel Huntington, sino entre el mundo religioso y el secularismo
hostil a la religión.
El 12 de setiembre
es el día clave de todo el viaje, porque habló en la Universidad de Ratisbona
ante los representantes de la ciencia. Ratzinger vuelve a la universidad que
fue también la suya, donde profundamente emocionado brinda una impresionante
lectio, cuyo núcleo es el vínculo entre fe y razón: es razonable creer y no se
puede creer contra la razón. Y para explicar lo que quiere comunicar, da un
ejemplo histórico, completamente marginal en el texto, que será el
cortocircuito de la polémica que se desató.
Benedicto cita un
diálogo del siglo XIV entre el emperador Bizantino Manuel II Paleólogo con un
culto persa sobre cristianismo e islam, en el que el emperador dice: «Muéstrame
también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y allí encontrarás solo cosas malas e
inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que
predicaba».
Y seguidamente a
esta frase Benedicto afirma: «El emperador, después de haberse pronunciado de
manera tan dura, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la
difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional». Si uno lee todo el
discurso, en esta alusión es obvio que la cita no es el pensamiento de
Benedicto sobre el islam, sino una cita histórica para ejemplificar una idea
que desarrollará, la relación entre fe y razón.
Sin embargo, lo
que dio vuelta el mundo fue la frase del emperador bizantino dicha por el Papa,
sacudiendo al mundo musulmán que reacciona con indignación. A partir de allí el
debate por esta frase oscurece el impresionante y significativo contenido de su
magistral discurso y la opinión pública mundial se entretiene con la anécdota.
Anécdota que por cierto que llegó a hacer temblar relaciones diplomáticas de la
Santa Sede con países musulmanes. Y los medios de comunicación no hablaban de
otra cosa.
Periodistas con
experiencia en el Vaticano habían leído el texto antes de que se hiciera
público, porque de hecho siempre se los hacen llegar antes y habían olfateado
el peligro de esta frase fuera de contexto. Para quienes poco entienden de lo
que el Papa está tratando de decir, la noticia solo puede ser una frase que
pueda generar polémica.
En ese mismo mes
Tarcisio Bertone sucede a Ángelo Sodano en la dirección de la Secretaría de
Estado de la Santa Sede y tiene que hacer frente a la crisis. Benedicto aclara
el asunto en varias oportunidades que se trataba de una cita medieval y que
obviamente no reflejaba su pensamiento, pero hasta el día de hoy muchos se
quedaron con los titulares de prensa.
Lo que no tuvo
tanta prensa fue que un mes después, treinta y ocho personalidades referentes
del mundo musulmán escriben al Papa Benedicto una carta abierta con acuerdos y
desacuerdos, pero en tono fraterno. Fue la primera vez que figuras distintas de
diferentes corrientes de pensamiento dentro del islam, hablan con una sola voz
al Papa con la intención de llegar a una mutua comprensión.
Con el pasar de
los meses los firmantes llegan a ciento treinta y ocho, que pertenecen a
cuarenta y tres naciones, con una segunda carta en el final del Ramadán de ese
año.
Un primer
encuentro con tantas figuras del islam unidas a través de una comunicación
común, fue un evento sin precedentes, realizado en 2008 en el Vaticano. La
reconciliación se completa con el viaje de Benedicto a Turquía donde el diálogo
con el mundo musulmán sigue desarrollándose en forma fructífera.
Aun entre
católicos puede ser todavía desconocida la capacidad que tuvo Ratzinger para el
diálogo con judíos, musulmanes y con el mundo protestante. Incluso en su
pontificado es la primera vez en la historia que un Papa nombra a un
protestante como presidente de la Academia de Ciencias y a un musulmán como
profesor de la Universidad Gregoriana. Fue el segundo pontífice en hablar en una
mezquita y el primero en participar de una celebración protestante. Su apertura
y capacidad para el diálogo siempre fueron indiscutibles y superiores a lo
imaginado.
Pero lo importante
de Ratisbona no era ninguna clase de conflicto con el islam, sino más bien lo
contrario, la defensa del lugar de la religión en el espacio público, desde la
convicción de la unidad entre fe y razón. Obviamente lo importante estaba en
otra parte del discurso.
Una razón abierta
y el necesario diálogo
Ratzinger conoce
muy bien los problemas de la epistemología contemporánea, y está hablando a
personalidades de la ciencia. En su pensamiento siempre se opuso a toda forma
de reduccionismo positivista y materialista. Su reiterado énfasis en las
patologías de la razón y de la religión, cuando una abandona a la otra, son una
apelación constante por una racionalidad abierta, crítica y humilde, por una
relación fecunda entre fe y razón que no consiste solamente en la mutua
colaboración, sino en que ambas se reclaman mutuamente.
Los núcleos del
discurso de Ratisbona están en que, reconociendo lo que tiene de positivo el
desarrollo del pensamiento moderno y las posibilidades de progreso que ha
traído, la razón ha quedado atrapada en una visión estrecha de la realidad.
Benedicto hace un llamado a ampliar nuestro concepto de razón y de su uso, para
evitar el peligro de los extremos de una ciencia que no dialoga con la
filosofía ni con la teología, o de una religión que da la espalda a la razón.
Puso en el centro
de la discusión la relación entre fe y razón, el problema de la exclusión de
Dios del pensamiento moderno, especialmente las patologías de una racionalidad
que se amputa sus propias posibilidades de pensamiento, sobre una forma de
pensar reductiva y estrecha, heredera del positivismo.
Sobre la necesidad
de que la razón y la fe se reencuentren de modo nuevo, superando la limitación
que la filosofía moderna se impone a sí misma de limitarse a lo dado
empíricamente y devolverle al pensamiento un horizonte más amplio. Ratzinger
contra toda moda cultural, pone al descubierto una de las principales causas de
la crisis que vive el mundo occidental: la crisis de sus fundamentos y la
renuncia a la búsqueda de la verdad, un pragmatismo y relativismo que olvida
las preguntas fundamentales del ser humano.
Las ideas
sintetizadas en este discurso ya estaban desarrolladas en escritos filosóficos
de sus años de docencia universitaria, entre 1955 y 1976. Ideas que profundizó
y que nunca abandonó, porque siguen siendo vigentes y necesarias para un fecundo
diálogo entre ciencia y religión, filosofía y teología. Aquí comparto algunos
de los núcleos del discurso en Ratisbona que puede leerse íntegro en el sitio
web de la Santa Sede:
“Solo lo
lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos
la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede
verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir su horizonte en toda su
amplitud… en este sentido la teología debe encontrar espacio en la universidad y
en el amplio diálogo con las ciencias…”
“Solo así seremos
capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones,
del cual tenemos urgente necesidad. En el mundo occidental está muy difundida
la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía
derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas
del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la
universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas.
Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las
subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas… Para la
filosofía y, de modo diferente, para la teología, escuchar las grandes
experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad,
especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento;
oponerse a ella sería una grave limitación de nuestra escucha y de nuestra
respuesta”.
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